El modo de producción capitalista ya no es sinónimo de progreso. No es solución para los problemas del pueblo, como son el garantizar el trabajo, la tierra, la educación, la vivienda y la igualdad social. Al contrario, es un sistema del pasado, que solo concentra riquezas y promueve la desigualdad y las injusticias sociales. Por ello, la AIP lucha para derribar este sistema y generar las condiciones para que se adopte un nuevo modo de producción pos capitalista, de acuerdo con las condiciones objetivas (fuerzas productivas existentes) y las condiciones subjetivas (capacidad de organización popular). Cada pueblo a su tiempo sabrá cómo nombrarlo, si es socialismo, liberación nacional o buen vivir. Lo importante es que sea un sistema basado en la búsqueda de igualdad social, la justicia y la solidaridad entre todos, eliminando la explotación de lxs trabajadorxs y la madre tierra.
En este contexto de crisis, las fuerzas del capital imperialista aumentan su ofensiva en contra de los pueblos y lxs trabajadorxs. Por eso avanzan sobre los recursos naturales, como el petróleo, las tierras, los recursos minerales, el agua y la biodiversidad.
Para ello se utilizan todas las formas políticas e ideológicas posibles, resumidas en lo que se denomina estrategia de guerras híbridas, profundizando ataques coloniales, y sionistas, en el caso del mundo árabe. Estas guerras no carecen de motivos para el gran capital. Las empresas transnacionales siguen a los tanques, tomando posesión de territorios para extraer materias primas obligando a los pueblos a utilizar los bienes y servicios producidos por las mismas empresas transnacionales. Las bases militares de las potencias imperialistas se instalan en lugares geoestratégicos para mantener el poder de las corporaciones y de la clase dominante.
Debemos luchar por la autodeterminación, soberanía e independencia de nuestros pueblos en la construcción de su propio destino y blindar a nuestras regiones como lugares de paz, sin la intervención de las fuerzas imperialistas de Estados Unidos, la Unión Europea ni de los instrumentos de guerra multilaterales, como la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
El feminismo anticapitalista denuncia que el patriarcado no sólo actúa a nivel cultural e ideológico, sino que forma parte de la base estructural del sistema actual, que necesita de las desigualdades de clase, género y raza para obtener beneficios económicos. La alianza entre el capitalismo y el patriarcado ha sido fundamental para el desarrollo de un sistema que invisibiliza la misma reproducción de la vida que lo sustenta. Luchamos por un mundo que ponga la vida en el centro, que parta de la interdependencia de los seres humanos y sus vulnerabilidades hacia la sostenibilidad de la vida y la corresponsabilidad de los cuidados con los varones y el Estado.
Denunciamos que para eso se impuso un modelo de familia heterosexual y heteronormativa que impide a las personas el libre ejercicio de su sexualidad y de su identidad de género. Nuestra lucha es también para cambiar ese orden simbólico e ideológico que sostiene la visión de inferioridad de las mujeres y superioridad de los varones. La lucha feminista ha propuesto una reconceptualización, que reconozca el aporte de las mujeres al conjunto de la sociedad y ha reivindicado cambios para una sociedad con libertad, igualdad y diversidad.
Las desigualdades de las mujeres se expresan a través de una realidad material llena de violencias machistas (asesinatos, violencia de género, violencias sexuales, violencia institucional…), de falta de derechos (sexuales y reproductivos, acceso a la propiedad, a la educación…) y de precariedad económica (doble explotación, brecha laboral, feminización de la pobreza, trabajos no remunerados…) Nuestra lucha también es la lucha contra todas las violencias machistas y contra la explotación de todas las mujeres.
La lucha contra el sistema patriarcal y por una sociedad igualitaria es una lucha de primer orden para construir nuestros proyectos emancipatorios. Actualmente una nueva ola de movilizaciones recorre el mundo y es la ola feminista protagonizada por millones de mujeres: una de las luchas más dinámicas, masivas y mejor articuladas en el plano internacional.
Afirmamos que el capitalismo se ha desarrollado sobre la base de la supremacía blanca y el racismo como principios para imponer y justificar su dominación y opresión, la acumulación de capital y la división de la clase trabajadora. La lucha contra el racismo, la discriminación racial, la xenofobia y la intolerancia, es un componente fundamental de nuestra lucha contra el capitalismo y por el internacionalismo, y una condición previa para la unidad de la clase trabajadora.
Reafirmamos y defendemos el derecho de todo pueblo a tener sus tierras, territorios, su idioma, su religión, cultivar y desarrollar su cosmovisión, identidad, cultura, sistemas productivos y su autonomía social y política.
Reconocemos que el respeto a la dignidad, derechos y diversidad de pueblos, culturas y poblaciones es fundamental para construir la solidaridad entre los pueblos y luchamos contra cualquier manifestación de racismo, xenofobia, discriminación nacional o étnica, cultural o por el color de la piel.
El modelo de Estado, que funciona organizado desde la consolidación del capitalismo industrial y de los estados-nación, está obsoleto, no funciona. Los tres poderes independientes que se habían propuesto, el ejecutivo, legislativo y judicial, caen rendidos ante el poder económico transnacional. La legitimidad del sistema democrático era que el voto de cada ciudadano podría dirigir y en todo caso cambiar el rumbo de las decisiones de cómo gobernar el Estado. Ahora ya no es así. El Estado fue tomado por asalto por el gran capital con su base financiera e internacional. Y por eso el Estado sólo atiende los intereses del capital, garantizando su reproducción y acumulación. En detrimento de esto, el Estado ya no resuelve los problemas básicos de la población. Por eso, tenemos que debatir y proponer nuevas formas de funcionamiento y organización del Estado para que de hecho represente los intereses del pueblo, de las mayorías y actúe controlando y regulando las ganancias de los capitalistas. En cada país las fuerzas populares deben construir propuestas de nuevas formas de funcionamiento del Estado que prioricen la expresión del poder popular.
Los estados republicanos y las democracias liberales que surgieron después de la revolución francesa, y que se consolidaron durante el siglo XX, ya no funcionan, como tampoco sus instituciones liberales. Hoy el poder económico en articulación con el poder judicial y los medios de comunicación han hecho que la institucionalidad liberal funcione totalmente como su instrumento. Los medios de comunicación controlados por las empresas dan forma y manipulan la opinión popular, eludiendo la razón y los hechos. La demagogia eclipsa la democracia. El voto de los pueblos, cuando eligen proyectos populares o alternativos al capitalismo, no se respeta. Pero cuando en las urnas ganan los proyectos ultraderechistas, la democracia se convierte en la principal bandera. La democracia, que en muchos países se logró a fuerza de luchas, en la actualidad debe transcender sus límites de la institucionalidad liberal y republicana para resolver los problemas estructurales.
Hoy la democracia no logra ser un mecanismo para cambiar y resolver los problemas estructurales. Debemos denunciar el funcionamiento de estas democracias colapsadas y avanzar en la construcción de democracias populares. Tenemos que construir nuevas propuestas de participación popular en la política, con nuevas plataformas que se construyan mediante el diálogo y el debate en torno a la razón y no al miedo, a la esperanza y no al odio. Debemos tener formas concretas de participación del pueblo en todos los espacios de poder político de la sociedad, sea el ejecutivo, el legislativo y el judicial. El poder sólo tiene legitimidad si el pueblo en su mayoría participa de sus instancias.
La crisis internacional ha reforzado la arremetida del poder económico concentrado en la apropiación y explotación de los recursos naturales para mantener sus tasas de ganancia, expulsar a la gente de las tierras que albergan recursos preciosos y a explotar la naturaleza más allá ́ de cualquier límite racional. Las guerras por el petróleo y por las tierras forestales, las guerras por los minerales de tierras raras y por las fuentes de agua son un frente de nuestras batallas actuales.
La agresión del capital a los recursos naturales es la causa de la crisis ambiental que estamos viviendo, que trae como consecuencia crímenes ambientales, cambios climáticos, escasez de agua, de tierra, poniendo en riesgo la vida en el mar y en todo el planeta. Estas crisis ambientales afectan de manera desproporcionada a las personas más vulnerables y pobres. La biodiversidad destruida por los intereses capitalistas deja a los pueblos indígenas más vulnerables a la degradación de su entorno natural.
Debemos defender la soberanía nacional de nuestros pueblos contra los avances de las empresas transnacionales. Debemos defender nuestra biodiversidad, nuestra tierra, nuestra agua contra la forma aniquiladora del capitalismo. Los bienes de la naturaleza deben ser explotados en equilibrio con la reproducción del ecosistema y al servicio de las necesidades del pueblo. Para eso el Estado debe ejercer su control con participación popular de quienes viven en esos territorios.
En todo el mundo hay una lucha permanente entre dos modelos de producción agrícola. De un lado el modelo del capital y su agronegocio, que impone grandes latifundios, el uso intensivo de pesticidas, agroquímicos, mecanización, con monocultivo y expulsión de la mano de obra. Del otro lado el modelo de soberanía alimentaria, que prioriza la organización de la producción para producir alimentos (y no solo mercancías/commodities), con tierra para lxs campesinxs, respetando los bienes de la naturaleza y la biodiversidad. Por eso defendemos una reforma agraria de nuevo tipo, que garantice tierra y trabajo a todos quienes quieran vivir en el campo. Que tenga como prioridad la tierra como función social, la producción de alimentos sanos para todo el pueblo, la adopción de la agroecología como nuevo paradigma que garantiza producir en equilibrio con la naturaleza.
A su vez, debemos organizar agroindustrias en forma cooperativa y generar empleo para lxs jóvenes, donde incluso se estimulen otras profesiones. Además, debemos poner en valor la educación y la cultura para que esté presente en todas las comunidades del medio rural. Defender nuestra comida, nuestra cocina y la soberanía alimentaria que es el principio de todo el pueblo. En cada país, tenemos el derecho y el deber de producir todos los alimentos necesarios para la supervivencia. El comercio agrícola internacional no puede desarrollarse sobre la base de las commodities controladas por pocas corporaciones transnacionales, sino que debe ser sobre el intercambio justo de los excedentes que haya en cada país.
Vivimos un tiempo histórico en que el capitalismo está dominado por el capital financiero y grandes corporaciones transnacionales, que controlan la producción y el comercio mundial y a su vez, nuestros pueblos son sometidos a una deuda ilegal, ilegítima e impagable que desconoce siglos de saqueo y desposesión. Menos de 500 empresas/bancos dominan la mayor parte de la producción, el comercio y los depósitos bancarios. Pero no generan empleo ni, por ende, bienestar para los pueblos. Por eso, defendemos como medida de transición para combatir el oligopolio, la concentración de riqueza y el poder económico transnacional, la estatización de todo sistema financiero. La defensa de una nueva moneda internacional controlada por todos los países y no más el dólar ni el euro.
Defendemos la abolición de todos los paraísos fiscales y de la deuda externa de los países del Sur global, así como el control del capital ficticio. El ahorro que hay en forma de dinero en nuestros países debe ser invertido en la producción de bienes para atender las necesidades de todo el pueblo.
Defendemos que todxs lxs trabajadorxs tengan derecho al trabajo, con sueldo digno y derechos sociales, que garanticen su salud, sus vacaciones y el futuro de su familia. El trabajo doméstico y de cuidado pesa sobre la vida de las mujeres se invisibiliza y desconoce en una lógica patriarcal de organización de la vida enfocada a la concentración del capital. Necesitamos poner la vida y el cuidado en el centro.
Defendemos que se desarrolle la solidaridad entre todos trabajadores del mundo, como una forma esencial de vida y de lucha contra los explotadores que ahora son internacionales. Nunca antes estuvo tan presente la consigna: «¡Trabajadorxs de todo el mundo, uníos!»
La ofensiva del poder económico concentrado obliga a los Estados a priorizar sus inversiones en pagos de intereses y en proyectos que solo interesan al capital. Para ello, los gobiernos controlan las políticas públicas de forma que dejan de lado la promoción de los derechos sociales y laborales. La consecuencia es que, en la mayoría de los países del mundo, han disminuido los servicios públicos de atención sanitaria, la educación, la atención a las personas discapacitadas, etc. Hay una tendencia a privatizar los servicios públicos para transformarlos en mercancías. Los derechos pasan a ser mercancías, y sólo pueden acceder a ellas quienes tienen dinero.
Defendemos que toda persona, en todos los países del mundo, tenga derecho a trabajar, a la vivienda, a la tierra, a sueldo digno, a comida, a cultura y recreación, a la salud, la educación como derechos universales de todo ser humano.
El conocimiento es un patrimonio de la humanidad. El conocimiento es cada vez más condición de libertad y de dignidad humana. La forma de democratizar el acceso y la producción de conocimiento no puede seguir quedando en el Norte global. Los pueblos debemos defender la soberanía científica tecnológica. Defendemos que todas las personas, independientemente de su edad y condición social, tengan derecho a acceder a la educación de forma pública y gratuita. Pero también debemos generar una educación crítica, que no reproduzca un esquema colonial, eurocéntrico, racista, elitista y patriarcal. La educación debe incorporar y respetar los saberes populares, la cultura popular, la historia de lxs vencidxs. Porque la educación sin un cambio de paradigma de pensamiento seguirá reproduciendo las matrices culturales de dominación y opresión.
La transformación social requiere que repensemos la educación para que no esté al servicio del capital, formando personas dóciles con valores neoliberales cuyas habilidades sirvan al mercado y donde las humanidades, las artes y la filosofía no tengan cabida. Insistimos en una educación para la emancipación, los valores democráticos e igualitarios. La educación tiene que proporcionar habilidades, pero también trabajar contra el odio, el racismo, la xenofobia y el machismo. Debemos construir un sistema público y universal de educación equipado con suficientes recursos materiales y humanos.
La diversidad sexual y de género, son una realidad en todos los países y sociedades, como parte de la naturaleza del ser humano. Por eso defendimos el derecho a la autodeterminación las personas y poblaciones LGBTI, así como debemos combatir la discriminación social, denunciar la violencia, la intolerancia y la exclusión que sufren.
La ruptura con el modelo patricarcal-heteronormativo de la sexualidad y la familia heterosexual como única es parte de la lucha para eliminar los pilares de explotación-dominación de la sociedad actual.
La crisis del capitalismo y de la humanidad ha puesto en marcha un éxodo de decenas de millones de personas de sus hogares y de sus familias. Huyen de la guerra y el hambre hacia una vida mejor. Algunos se dejan llevar por el sueño de la felicidad “occidental”, deseosos de ir a Europa o a América del Norte. A medida que estos países se promueven a sí mismos como superiores a otros, refuerzan las barreras para impedir la entrada de las personas desplazadas –un muro en la frontera entre EE. UU. y México, un conjunto de puestos militares en la región del Sahel en África. En estos países se promueve la xenofobia contra lxs migrantes y refugiadxs, a los que se culpa – falsamente– de los problemas de desigualdad, desempleo y hambre. En las sociedades de todo el mundo, formas de jerarquía –contra lxs afrodescendientes en América o contra lxs dalits en el sur de Asia– abaten el alma humana.
Defendemos el derecho de todo pueblo a tener su territorio, su idioma, su religión, cultivar su cultura y su autonomía social y política. Luchamos contra cualquier discriminación étnica, cultural o por el color de la piel. Defendemos el derecho a la libre circulación, el derecho de las personas a migrar y a buscar refugio en condiciones de dignidad.
En toda la historia del capitalismo – desde su desarrollo en el siglo XIII hasta hoy, las clases dominantes, los ricos, siempre utilizaron la represión, la persecución como formas de dominar lxs explotadxs, impedir su organización, perseguir sus líderes y con eso mantener la dominación. Utilizaron históricamente el poder del estado burgués a su servicio, o de milicias privadas. En la actualidad las clases dominantes utilizan también el poder judicial y los medios de comunicación, para perseguir y desmoralizar a todos los que luchan por la justicia social. Por eso, en la mayoría de los países, donde hay luchas populares, hay organizaciones del pueblo, muchos líderes han sufrido persecuciones, asesinatos y encarcelamientos. Defendemos la libertad inmediata de todos lxs presxs políticxs en cualquier país del mundo. A la luz de esto, nos comprometemos a aumentar la visibilidad de la agresión de la clase dominante contra lxs líderes y activistas del pueblo. Las campañas mundiales para poner de relieve esta opresión son muy necesarias y son parte de la lucha anticapitalista, por una democracia popular.
Los espacios institucionales ocupados por gobiernos locales y nacionales pueden ser importantes para mejorar las condiciones de vida del pueblo y enfrentar la clase capitalista en ese terreno. Pero, en una perspectiva que ayude a acumular fuerza popular para los cambios estructurales de la sociedad. Podemos y debemos realizar alianzas con partidos y fuerzas que ocupan poderes institucionales, pero manteniendo nuestra autonomía programática e independencia política. No debemos olvidar que los cambios estructurales y anticapitalistas dependen fundamentalmente de la capacidad organizativa y de movilización de las masas, de todo el pueblo. Apostamos por la articulación entre movimientos populares y fuerzas políticas fortaleciendo nuestra capacidad de disputar un proyecto de izquierda capaz de construir la sociedad sin opresiones.
El fundamentalismo y la intolerancia religiosa son instrumentos de división y subyugación de nuestro pueblo. Estas ideologías ponen la rigidez en el centro de nuestras sociedades. Nos separan y nos envían a guerras civiles de un tipo u otro. Estas formas no están solo arraigadas en uno u otro país. Forman parte de movimientos ideológicos internacionales, de derecha, reaccionarios, contra cualquier cambio socioeconómico y estimulados por las clases dominantes, como forma de mantener sus privilegios. Debemos luchar contra toda discriminación e intolerancia existentes y contra los fundamentalismos religiosos. Debemos hacer la lucha ideológica permanente, para que se construyan sociedades basadas en la igualdad social, la dignidad y la justicia.