Celebramos el 4 de Febrero: Día de la Dignidad Nacional en Venezuela


En medio de la noche neoliberal, mientras la arrogancia de los poderosos decretaba el fin de la historia y la complicidad de los «realistas» exhortaba a la resignación como único camino posible, irrumpió en Venezuela una rebelión cívico-militar que pretendía poner fin al despotismo de los gobiernos de turno. En la madrugada del 4 de febrero de 1992, un grupo de jóvenes oficiales, pertenecientes al grupo secreto Movimiento Bolivariano MBR-200, irrumpieron en la vida pública mediante la llamada «Operación Zamora».

Esta rebelión de jóvenes oficiales se hacía eco del extendido malestar social y del hastío frente a un régimen político y un gobierno cuya única respuesta frente a la desigualdad y el hambre era la represión, como la del Caracazo de 1989. El levantamiento del 4F se realizó con la llegada de Carlos Andrés Pérez, el por entonces presidente de Venezuela, al país luego de participar del Foro Económico Mundial de Davos, donde los principales grupos económicos del mundo se juntaban a discutir sus agendas.

La rebelión del 4F de 1992 fracasó en sus objetivos inmediatos, siendo contenida por el gobierno de entonces. Sin embargo, la simpatía social frente al acontecimiento se esparció por el pueblo. Ese día, el país escuchó por primera vez la voz de un joven Comandante llamado Hugo Chávez: “Por ahora, los objetivos que nos planteamos no fueron logrados en la ciudad capital». «Es decir, nosotros acá en Caracas no logramos controlar el poder. Ya es tiempo de reflexionar y vendrán nuevas situaciones, y el país tiene que enrumbarse definitivamente hacia un destino mejor. Les agradezco su lealtad, les agradezco su valentía, su desprendimiento y yo, ante el país y ante ustedes, asumo la responsabilidad de este movimiento militar bolivariano».

Aquel «por ahora» se transformó en una promesa programática y un horizonte por el que luchar. El 4 de febrero de 1992 marcaría el inicio de un ciclo de rebeliones populares que, a lo largo y ancho del continente, fue construyendo una alternativa al neoliberalismo. Dio así una lección histórica que las clases dominantes pretenden, una y otra vez, borrar: no hay fatalismo excepto en la resignación.

Diez años después de aquel 4F, los grandes grupos empresariales, viendo cómo de manera creciente se empezaba a nombrar sus privilegios, pasaron a la ofensiva. La reacción, con la siempre omnipresente ayuda de Washington, intentó derrocar al gobierno mediante un golpe de Estado en el 2002, el cual fue impedido por el pueblo movilizado. Luego, intentaron cercar al gobierno mediante un sabotaje petrolero, que también logró ser detenido. Cada una de estas arremetidas, lejos de frenar o condicionar al Comandante Chávez, fueron respondidas con la firmeza y la convicción de avanzar en la senda de la lucha popular. Fue esa determinación de no pactar, no retroceder, la que fue delineando los contornos del carácter antiimperialista, anticapitalista y socialista de la Revolución Bolivariana.

En la firmeza de no confundir su lugar y nunca abandonar al pueblo trabajador, el Comandante Chávez, frente a cada arremetida, fue asumiendo que el enemigo no era solo el neoliberalismo, sino ese genocida que no le gusta que lo llamen por su nombre: el capitalismo.

Treinta años después de aquella rebelión del 4F, nuevamente se ciernen sobre la historia momentos dramáticos y urgentes. El sistema capitalista ha arrastrado a la humanidad hacia el abismo de profundas crisis sin precedentes. Nunca en la historia la desigualdad ha sido tan profunda y violenta como en la actualidad. Jamás se ha puesto en riesgo la vida humana como en la actualidad; producto de un sistema social que se mueve por el interés, ciego y automático, de la ganancia privada, que en su despliegue destruye la posibilidad misma de la sustentabilidad de la vida.

La Revolución Bolivariana bautizó aquella epopeya del 4F como “Día de la Dignidad Nacional”. La dignidad de los humildes, aquella marcada por el sagrado derecho de rebelarse frente a los atropellos de los poderosos. La justeza de levantarse contra la opresión y la injusticia. Treinta años después, resulta imprescindible volver, una y otra vez, sobre aquellos momentos de dignidad que nos señalan el camino. Esta es la Memoria: un acto de sublevación contra toda resignación de la miseria de lo posible.